VII
(Y aúllan los mástiles)
Hoy no gimen los mástiles. Hemos venido a escucharlos, pero de mi mano no sabrás ya el sonido de los mástiles cuando el viento aúlla y el invierno se adelanta certero sobre el mar, sobre los acantilados, sobre los muelles, sobre las playas... Después, no sé, estaremos lejos el uno del otro, porque dos años es mucho aunque sea esperándote.
(Y aúllan los mástiles)
Hoy no gimen los mástiles. Hemos venido a escucharlos, pero de mi mano no sabrás ya el sonido de los mástiles cuando el viento aúlla y el invierno se adelanta certero sobre el mar, sobre los acantilados, sobre los muelles, sobre las playas... Después, no sé, estaremos lejos el uno del otro, porque dos años es mucho aunque sea esperándote.
Es bueno el café, reconforta, así tomado de un sorbo, tan caliente entre las mesas vacías. Es dulce tenerte a mi lado y tener tantas cosas que enseñarte y creer que al fin decidirás quedarte, que cuando llegue el buen tiempo nos tiraremos guijarros de algas secas en el antiguo varadero y seguiremos con la vista a las gaviotas, medio ciegas, dicen, por el impacto de la sal en los ojos. Y será todo tan azul y tan tranquilo.
No entiendo, entonces, qué es este miedo que me atenaza y me confunde y me sella los labios si ni siquiera los mástiles gimen en la oscuridad de la tarde.
Incluido en el libro, Que el ciervo vulnerado, de Carlota Vicens. Ediciones Vitruvio. Número 197 de la Colección Baños del Carmen.
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