Los poetas, Antonio Daganzo, por Mientras viva el doliente, y Manuel Lacarta, por El tipo del espejo, son finalistas del Premio de la Asociación de Editores de Poesía. El fallo se hará el próximo viernes 25 de febrero, haciéndose público en la página web de la Asociación.
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Correr, saltar, tomar la iniciativa,
nadar bajo la espuma arracimada
contraria la corriente, azul la espada
del pez que susurraba la inventiva.
Gritar, bramar, sentir la frente viva
y el cuello como náyade abultada
de grumo y borbotones, de cerrada
pasión a fuente plena, miel cautiva.
Hacerse la ilusión del poderoso,
que juzga ilimitada la victoria
tan sólo en la conquista del aliento.
Vivir así, cual duende revoltoso
brincando por encima de la escoria:
después ajustará cuentas el viento.
nadar bajo la espuma arracimada
contraria la corriente, azul la espada
del pez que susurraba la inventiva.
Gritar, bramar, sentir la frente viva
y el cuello como náyade abultada
de grumo y borbotones, de cerrada
pasión a fuente plena, miel cautiva.
Hacerse la ilusión del poderoso,
que juzga ilimitada la victoria
tan sólo en la conquista del aliento.
Vivir así, cual duende revoltoso
brincando por encima de la escoria:
después ajustará cuentas el viento.
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Antonio Daganzo, de Mientras viva el doliente. Ediciones VItruvio. Número 219 de la Colección Baños del Carmen.
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Nada hay tan triste como la alegría
De la infancia, las meriendas en el campo
De los niños con adultos, los caramelos
Envenenados con lágrimas. Nada suena
Tan falso como los besos falsos
Que se dan a veces en las mejillas
Dos señoras enlutadas, los abrazos
De algún compañero de instituto
Con el que ya nunca coincides,
Las palabras susurradas al oído
Cuando sólo quien las oye nos escucha.
Nada hay tan triste como la tristeza
Que antecede al llanto de las despedidas,
Los trenes que se marchan, los adioses
Que cuelgan retenidos en la cuerda
De secar al sol la colada de la ropa.
Como enseñar las manos vacías
A alguien que te exige dejes ver
Las palmas de las manos, descubras
El rostro, le muestres cuanto llevas
Contigo; cantar el himno que no quieres
En el patio del colegio puesto en fila
Con la mano sobre el hombro
Del chaval en chándal que te precede
En orden decreciente de estatura.
Nada hay tan triste como estar triste
Sin saber qué nos sucede, por qué
Sentimos tanta pena, una añoranza
Tan grande que nos parte el alma,
Nos ahoga en más tristeza. Nada
Como las imágenes de un semejante
Disparando a otro semejante, las fotos
En blanco y negro de las guerras
Que ya no nos conmueven, la risa
De un refugiado envuelto en una manta.
Nada hay como la nada sujeta con fuerza
Entre los dedos cuando no se tiene nada,
Mostrar las tripas de un muñeco roto,
Asomar el cuerpo por una ventana
Antes de salir a caminar sin rumbo,
Guarecerse bajo un puente que exhibe
Por uno de sus ojos el rostro de la luna.
De la infancia, las meriendas en el campo
De los niños con adultos, los caramelos
Envenenados con lágrimas. Nada suena
Tan falso como los besos falsos
Que se dan a veces en las mejillas
Dos señoras enlutadas, los abrazos
De algún compañero de instituto
Con el que ya nunca coincides,
Las palabras susurradas al oído
Cuando sólo quien las oye nos escucha.
Nada hay tan triste como la tristeza
Que antecede al llanto de las despedidas,
Los trenes que se marchan, los adioses
Que cuelgan retenidos en la cuerda
De secar al sol la colada de la ropa.
Como enseñar las manos vacías
A alguien que te exige dejes ver
Las palmas de las manos, descubras
El rostro, le muestres cuanto llevas
Contigo; cantar el himno que no quieres
En el patio del colegio puesto en fila
Con la mano sobre el hombro
Del chaval en chándal que te precede
En orden decreciente de estatura.
Nada hay tan triste como estar triste
Sin saber qué nos sucede, por qué
Sentimos tanta pena, una añoranza
Tan grande que nos parte el alma,
Nos ahoga en más tristeza. Nada
Como las imágenes de un semejante
Disparando a otro semejante, las fotos
En blanco y negro de las guerras
Que ya no nos conmueven, la risa
De un refugiado envuelto en una manta.
Nada hay como la nada sujeta con fuerza
Entre los dedos cuando no se tiene nada,
Mostrar las tripas de un muñeco roto,
Asomar el cuerpo por una ventana
Antes de salir a caminar sin rumbo,
Guarecerse bajo un puente que exhibe
Por uno de sus ojos el rostro de la luna.
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Manuel Lacarta, de El tipo del espejo. Ed. Vitruvio. Número 219 de la Colección Baños del Carmen.