El próximo viernes 4 de noviembre presentaremos Cerca de Hierro, un homenjae a José Hierro en su centenario compuesto por cincuenta y seis voces y tres artistas plásticos, lo presentará Antonio Marín Albalate, Elia S. Temporal y Pablo Méndez, será dentro del Ciclo Deslinde, en la Casa del Estudiante, calle del Ángel, nº 26 a las 19: 00 horas. en Cartagena.
Pepe
Hierro murió hace veinte años y nos dejó muy solos. Me parece muy triste tener
que empezar escribiendo esa frase: "Pepe Hierro murió." Pero es
verdad. Hace tiempo escribí unas líneas sobre Pepe y sobre su poema "El
muerto", cuando él estaba vivo y bien vivo, más vivo que todos nosotros
juntos. Son esas líneas las que ofrezco a continuación, a mayor gloria de uno
de los poetas más grandes de la literatura española contemporánea.
Si hay un poeta español vivo que tiene oído para la poesía, ése es José Hierro. Si hay un poeta español vivo que tiene claro lo que quiere decir, lo que ineludiblemente ha de decir, en cada uno de sus poemas, ése es José Hierro. Parece una tontería, pero hay muchísimos poetas, algunos de ellos de campanillas, que no saben lo que es un eneasílabo. Y otros tantos que empiezan a escribir porque están aburridos y son muy delicados y sensibles, y qué otra cosa pueden hacer, pero que ignoran por completo qué va a venir después de ese primer verso que las Musas regalan, porque su escritura es oscura, y la oscuridad en poesía no es más que defecto de expresión, como han dicho, entre otros, Lope de Vega y José Hierro.
En el tomo 11 (1837) del Semanario pintoresco
español que dirigía don Ramón de Mesonero Romanos figura una semblanza de
Góngora
en la que, textualmente, se dice: «Entre los eminentes escritores que elevaron
la poesía castellana a su más alto grado de esplendor, sobresale este vate
singular, en quien vemos reunirse el gusto más delicado y la más lozana
imaginación, y luego renunciar por sistema a tan nobles cualidades para fundar
una secta literaria, irracional y extravagante, que por largos años hubo de
dominar nuestro Parnaso». Suscribo la opinión del anónimo autor de esas líneas,
probablemente el propio Mesonero. Y a qué viene la cita. Pues a que entre tanta
reivindicación gongorina —del Góngora de la "secta literaria", no del
otro— como hubo a cuenta de su centenario, allá por 1927, y tanto gongorino
cifrado, hermético o culterano que ha tenido que padecer quien esto escribe,
primero en sus propias carnes, allá por 1970, y luego en las de sus empecinados
compañeros de generación, sine fine, uno agradece "el gusto
delicado y la lozana imaginación" de poetas como Hierro, a quien estoy
seguro de que nunca se le ha pasado por la cabeza "fundar ninguna secta
irracional y extravagante", como al autor de las Soledades.
Hierro ha apostado por la auténtica poesía, la
que no interroga a sí misma, ni se plantea dudas metafísicas acerca de la
intensa llanura del papel de hilo en blanco, ni se pregunta de dónde viene el
canto ni adónde va la sangre de la pluma, sino que fluye como un chorro de
vida, como un inagotable manantial por donde el mundo brota en verso para todos
los hombres, en verso claro y verdadero.
Uno de los poemas que más me gustan de José
Hierro es "El muerto", perteneciente al libro Alegría (Madrid,
Rialp, 1947). No lo leí en la edición príncipe, sino en un librito publicado
por Afrodisio Aguado en la colección "Más allá" (la misma en
la que figuraban las Elegías europeas, de Eugenio Montes, y acaso
también —no tengo el libro a mano, pero, desde luego, tenía el mismo tamaño que
"Más allá"— la prodigiosa Venganza de don Menda, de Muñoz
Seca), que se titulaba Poesía del momento e incluía los dos primeros
libros de Hierro, Tierra sin nosotros y Alegría, escritos entre
1944 y 1947, o sea, entre los veintidós y los veinticinco años, una edad
estupenda para casi todo, incluso para escribir poesía.
Decía Pepe en el prólogo a Poesía del momento que
admiraba sobre todo a tres poetas: Rubén Daría, Juan Ramón Jiménez y Gerardo
Diego. Qué voy a decir que no sepáis de la influencia de Rubén en Juan Ramón, y
de éste en la poesía española del siglo XX. La edición de Gerardo sí me parece
más significativa, y desde luego debe entenderse al margen por completo del
paisanaje. Para mí también es el poeta montañés el más interesante de su
generación (y mira que los había buenos en esa hornada). Versos humanos,
por ejemplo, publicado en 1925, me parece uno de los libros de poesía más
admirables que se han escrito en lo que va de siglo. La Montaña o, mejor,
Cantabria, como dicen ahora, ha dado extraordinarios poetas a la literatura
española. Junto a Gerardo y Pepe Hierro, me gustaría recordar aquí al autor de Los
muertos, José Luis Hidalgo, y a José del Río Sainz, el rubeniano autor de Hampa,
sin duda el libro más original y divertido del Modernismo a este lado del
Atlántico.
Volviendo a Alegría, el libro donde se
publicó el poema "El muerto", debo decir que sí , que también yo he
estado algunas veces alegre. Como la condición del hombre es la tristeza
("Cuando estoy triste, que es casi siempre", decía Juan Eduardo
Cirlot en uno de sus más célebres poemas), por eso los escasos momentos de
alegría son tan importantes y se recuerdan toda la vida. Los bardos primitivos
aún no sabían que lo propio del hombre es estar triste, y pintaban héroes
alegres en sus cantares. En un viejo poema escandinavo, alguien pronuncia el
panegírico de un héroe muerto y no se le ocurre decir nada mejor de él que la
siguiente frase: "Ni un solo día lo vi triste. "Y no es que el rudo
vikingo que acaba de morir combate desconociera en vida la tristeza, pero al
menos la disimuló lo mejor que pudo, tanto y tan bien que logró engañar a su
panegirista fúnebre.
La alegría está hecha para hacernos brillar de
tarde en tarde, para que nos enfoquen todas las luces de la sala de cuando en
cuando. Imaginaos lo espantoso que sería estar alegre siempre, tal y como
pregonan ciertas sectas. Cuando yo era pequeño, un individuo vestido de negro
solía repetir en un programa de televisión la siguiente máxima: "Sed
felices para hacer felices a los demás." (Y el televisor no explotaba al
oír aquello, os lo aseguro.) Como si no supiésemos que la felicidad ajena es
casi siempre fuente de infelicidad propia. Pondré un ejemplo: mi mujer es feliz
escapándose con el abogado matrimonialista del 5°; su felicidad no es
contagiosa, pues yo me quedo hecho unos zorros.
Pero no divaguemos. En el poema de Pepe Hierro
quien nos habla es un muerto, alter ego ocasional del poeta. Está
maravillosamente dicho desde el principio: «Aquel que ha sentido una vez en sus
manos temblar la alegría / no podrá morir nunca». El muerto, una especie de
muerto universal, ha llegado a semejante conclusión después de muchas
reflexiones (en el reino de la muerte hay tiempo para todo). En su mundo
"de noche completa", "de olvido y de sombra constante" han
tenido que transcurrir muchos siglos (es un decir) para que él se dé cuenta de
que, por mucho que la tierra lo cubra y nadie lo recuerde, la hierba sigue
sobre él, la vida sigue sobre él, aleteando como un pájaro que ha caído del
nido, latiendo como el corazón de un cachorro que acaba de nacer. Y el aire,
arriba, será azul (del mismo modo que la tranquilidad puede ser violeta) y, al
llegar la primavera, se romperá en gorriones y en flores blancas y doradas con
las que hacer guirnaldas.
La alegría deja, al pasar, un perfume de tibia
belleza entre los dedos. El muerto del poema de Pepe Hierro sorprendió alguna
vez esa loca hermosura en su vuelo e hizo que el tiempo se detuviera (cosa que
Fausto no consiguió, ni con ayuda del Diablo). Por eso no podrá morir nunca.
Tal vez no se trate de la inmortalidad personal que ansiaba Unamuno, pero el
panteísmo —esa especie de inmortalidad solidaria— resulta en el poema una
solución satisfactoria. Y es que el autor de Poesía del momento, aquel
librito de Afrodisio Aguado que incluía el poema "El muerto", no sólo
nos transmite el pulso de la vida en todos y cada uno de sus versos, sino
también la sensación de que haber conocido al hombre, además de haber leído al
poeta, es una fiesta al margen de la muerte.
LUIS ALBERTO
DE CUENCA
Cerca de Hierro, homenaje a José Hierro. Ediciones Vitruvio, número 932 de la Colección Baños del Carmen.
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