El próximo viernes 17 de mayo presentaremos Parabolas entre parabólicas, de Pablo Villa que será presentado por Pablo Méndez, será en el Centro Riojano, calle Serrano, nº 25 a las 19: 30 horas
Estampa urbana con niño
La imagen que me viene a la memoria
-a modo de metáfora un poco relamida-
de lo que puede ser, en general, la vida
y de lo que puede suponer escribir un poema,
resulta, en verdad, un tanto tópica.
Veamos si es cierto lo que digo.
Una ciudad. En la ciudad una plaza.
Una estatua de algún prócer en el centro.
Y en la plaza con la estatua de un prócer,
bancos donde sentarse a conversar o a contemplar la
vida.
Y todo en derredor palomas. Y niños un poquito más
lejos.
Un niño corre raudo hacia donde se encuentran en
racimo
las palomas, posadas en el suelo, picoteando migas.
Cuando está a punto de llegar a ellas, cada una
recupera su individualidad, levanta el vuelo.
Y el todo que formaban en el suelo se deshace, en el
aire
un caos de aleteos que resuenan como un
derrumbamiento.
Al niño le divierte el revuelo absoluto que ha
causado;
lo emociona la extrema cercanía de algo
que siempre ve lejano, en las alturas;
se exalta con el ruido, intenso y delicado a un
tiempo,
que ha causado la turbamulta de plumas abanicando el
aire;
lo excita la turbulencia que las alas remueven,
y llega hasta su pelo y lo despeina.
Siente que todo cuanto anhela está a su alcance
y, para celebrarlo, levanta sus bracitos al cielo.
Entusiasmado, grita de puro gozo.
La alegría que le ha entrado en el cuerpo,
como si lo hubiera atravesado la energía de un rayo,
toma tierra a través de sus pies.
Y se pone a dar brincos y a reír como loco.
De pronto, ya no queda ninguna paloma en el lugar.
Vemos cómo su cuerpo se le achica,
se contrae en un rictus apenas perceptible.
Como si, a ojos vista, menguara de tamaño.
Sin solución de continuidad, el entusiasmo
ha devenido pura decepción.
Se le ha venido encima el peso del vacío.
Se ha quedado sin nada entre las manos.
Acaba de conocer el desencanto, un segundo después
percibe, en toda su dramática evidencia, el
desconcierto.
Se gira hacia su madre para pedir ayuda.
No sabe cómo hacer para volver y retomar el tiempo,
ser el mismo que era cuando salió corriendo
con intención de apoderarse de todas las palomas.
Continuar como si nada hubiera sucedido.
Necesita que lo socorran con urgencia.
Su madre no está cerca, no la ve, no la oye.
Se asusta y, casi sin querer, le resbala una lágrima
por su carita abajo, se para en la barbilla
donde queda en suspenso, en precario equilibrio.
A veces me sucede a mí lo que a ese niño:
uno ve volar expectativas de continuo
y experimenta el perenne destejer de lo tejido.
Como el niño, en muchas ocasiones uno puede que corra
en busca de la alegría que debe suponer sentirse
vivo,
y que parece estar tan al alcance de la mano. Pero
huye.
A veces cae del cielo en forma de un poema.
Creí que lo tenía y, de repente, ha levantado el
vuelo.
Como el agua, se me ha resbalado entre los dedos.
También necesitaba el auxilio de una mano amistosa,
pero solo ha acudido cuanto aquí llevo escrito.
Si se lo mira con benevolencia, se parece a un poema,
es verdad que distinto al que tenía en mente.
No sé si bueno, si pasable o claramente malo.
Dejemos que el lector, si lo hubiera o hubiese,
saque sus propias conclusiones.
Parábolas entre parabólicas, de Pablo Villa. Ediciones Vitruvio, número 1010 de la Colección Baños del Carmen.
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